martes, 28 de septiembre de 2010

«Creo sólo lo que Veo»

A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo,que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.
Juan 1:18

Esta es la respuesta de muchas personas cuando se les habla de Dios. El hombre moderno quiere ser lógico. Quiere una demostración científica de la existencia de Dios. Pero esta realidad escapa a los instrumentos de medición, porque Dios es Espíritu, y por consiguiente, también es el Dios invisible.
Si los científicos creen en la existencia de partículas atómicas que nunca han visto, sencillamente porque constatan sus manifestaciones indirectas mediante los experimentos, con mayor razón debemos creer en Dios cuando da testimonio de sí mismo.

Por medio de la creación, Dios habla a todo ser humano. Un científico ateo reconoció que biológicamente le parecía difícil explicar por medio de la casualidad incluso una sencilla flor.

Mediante su Palabra Dios nos revela, a la vez, lo que Él es y lo que somos nosotros. Es una espada que desnuda los pensamientos más secretos de nuestro corazón, un espejo que nos devuelve una imagen de nosotros mismos sin maquillaje.
Pero ante todo la Biblia nos revela a Dios, su amor y su maravilloso don: su Hijo Jesucristo, muerto en la cruz para salvar a los hombres y resucitado por su poder. Sí, Dios se revela de manera íntima y maravillosa a aquel que tiene el sincero deseo de conocerle.

¿Quiere comprobar esto diciendo sincera y sencillamente a Dios: «Oh Dios, si existes verdaderamente, entonces revélate a mí»?
Dios oye tales oraciones, lee las intenciones del corazón y responde. Sí, Él es un Dios vivo.

Fuente:LaBuenaSemilla.net

viernes, 17 de septiembre de 2010

Una Trampa Desbaratada

La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres,enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos,vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente.
Tito 2:11-12.

Jesús se hallaba en el templo, revelando la gracia de Dios. Unos hombres bien conocedores de la ley del Antiguo Testamento le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio, acusándola sin contemplaciones, pero Jesús les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7).

Estas palabras han llegado a ser un dicho para acusar la conciencia del acusador. De hecho, estos hombres tendían una sutil trampa a Jesús: si Él era el Mesías lleno de gracia, no podía condenar a esta mujer, mas si no la condenaba, ¡transgredía la ley de Dios y no podía ser el Mesías!

Para Jesús, el Hijo de Dios, no era difícil desbaratar una trampa. Respondió sin contradecir la ley, pero señalando que esos hombres estaban descalificados para utilizarla a fin de condenar a los demás. No hay dos aplicaciones diferentes de la ley, una severa para los demás y otra indulgente para uno mismo. Entonces, como ninguno tenía la conciencia limpia, salieron uno a uno, y Jesús se quedó solo con la mujer. Él le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (v. 11).

Jesús no dijo que el pecado no era grave, ni mucho menos, pero afirmó que en ese momento Él no era un juez. Al contrario, Él había venido a la tierra para salvar a los hombres. Iba a dar su vida en rescate por los pecados, por los de esa mujer, por los míos y por los suyos.

Fuente:LaBuenaSemilla.net

El Ejemplo de los Primeros Cristianos

Perseveraban en la doctrina de los apóstoles,en la comunión unos con otros,en el partimiento del pan y en las oraciones.
Hechos 2:42.

Cuatro cosas caracterizaban a esos cristianos en los primeros días del cristianismo: Eran reconocidos por su gran interés en ser enseñados en la doctrina cristiana a través de los apóstoles; gozaban entre ellos de las bendiciones comunes; participaban regularmente del partimiento del pan y no se olvidaban de orar en conjunto. ¿Pueden nuestros prójimos notar estos mismos rasgos distintivos en nosotros, cristianos de la época actual?

Aquellos creyentes tenían como centro a Jesucristo, su Salvador y Señor. Se reunían y oraban a Dios en Su nombre. Anunciaban Su muerte celebrando la cena del recuerdo (1 Corintios 11:26).

En la medida en que cada corazón estaba lleno del Señor y se sentía atraído por Él, los corazones de los creyentes se unían entre sí. Esta era la comunión en la cual permanecían. ¿Es esto posible hoy en día? ¡Sí, por supuesto! El Señor Jesús, a quien conocemos, y la doctrina cristiana, tal como la encontramos en el Nuevo Testamento, no han cambiado. Si esto llena nuestro corazón y es el motivo de nuestro interés, seguramente hallaremos a otros que comparten ese mismo interés y se gozan en el Señor. Con ellos podemos tener comunión.

El apóstol Pablo exhortaba a Timoteo, su compañero de trabajo: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Timoteo 2:22). Esto también vale para nosotros.

Fuente:LaBuenaSemilla.net

La Fe Cristiana es Confianza en Dios

Tú guardarás en completa paza aquel cuyo pensamiento en ti persevera;porque en ti ha confiado.
Isaías 26:3.

No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón;porque os es necesaria la paciencia,para que habiendo hecho la voluntad de Dios,obtengáis la promesa.
Hebreos 10:35- 36.

Uno de los aspectos más importantes de la fe es la confianza. Este es uno de los asuntos más desconocidos y peor vividos, aun por los cristianos. La fe no es hacer, sino creer y luego estar en relación con Dios, confiando en Él y entregándose a su bondad.

Cuando me doy cuenta de que soy realmente culpable ante Dios, mi único recurso es remitirme a su gracia. Cuando tengo conciencia de que estoy verdaderamente perdido, y que no puedo arreglármelas solo, miro al Señor Jesús, mi Salvador. Esto es fe.

Confiar en Dios es contar con Él, esperar en Él para que obre en mi vida. La búsqueda de apoyos humanos es lo contrario de la fe en Dios. Cuando oremos, aprendamos a encomendar todo al Señor: nuestras circunstancias, nuestro porvenir, nuestra familia, nuestros amigos… Esta confianza en Dios trae paz al corazón, serenidad en la prueba.

Cristianos, confiar en Dios también es aprender a decir «sí» a Jesús: es responder a su invitación cotidiana a seguirle, recibir las promesas de su Palabra, conformarse a su voluntad. Ese «sí» es un compromiso que se extiende a toda nuestra vida. El que cuenta con el Señor recibe la fuerza y las directivas que vienen de Él para obrar. Sólo la fe nos hace capaces de servirle y parecernos a Él.

Fuente:LaBuenaSemilla.net