Tito 2:11-12.
Jesús se hallaba en el templo, revelando la gracia de Dios. Unos hombres bien conocedores de la ley del Antiguo Testamento le trajeron a una mujer sorprendida en adulterio, acusándola sin contemplaciones, pero Jesús les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7).
Estas palabras han llegado a ser un dicho para acusar la conciencia del acusador. De hecho, estos hombres tendían una sutil trampa a Jesús: si Él era el Mesías lleno de gracia, no podía condenar a esta mujer, mas si no la condenaba, ¡transgredía la ley de Dios y no podía ser el Mesías!
Para Jesús, el Hijo de Dios, no era difícil desbaratar una trampa. Respondió sin contradecir la ley, pero señalando que esos hombres estaban descalificados para utilizarla a fin de condenar a los demás. No hay dos aplicaciones diferentes de la ley, una severa para los demás y otra indulgente para uno mismo. Entonces, como ninguno tenía la conciencia limpia, salieron uno a uno, y Jesús se quedó solo con la mujer. Él le dijo: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (v. 11).
Jesús no dijo que el pecado no era grave, ni mucho menos, pero afirmó que en ese momento Él no era un juez. Al contrario, Él había venido a la tierra para salvar a los hombres. Iba a dar su vida en rescate por los pecados, por los de esa mujer, por los míos y por los suyos.
Fuente:LaBuenaSemilla.net
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