martes, 28 de julio de 2009

“No me des pobreza ni riquezas”


Dos cosas te he demandado… Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riqueza; manténme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es el Señor? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios.
Proverbios 30:7-9

Éstas son las palabras de Agur. En Proverbios 30:2 dice de sí mismo que es rudo y no tiene entendimiento. Este humilde hombre, no pretensioso, pide a Dios que lo guarde de la pobreza y de la riqueza a la vez.

La razón de su primer pedido no es su bien­estar, ya que como sabe que su indigencia podría llevarle a codiciar, e incluso a robar el bien de otro, desea ser preservado de este pecado ante Dios.

Pero, ¿por qué no querer las riquezas? ¡Podría ser una bendición divina! Agur piensa a largo plazo. Sabe que en una situación de abundancia pronto corremos el riesgo de creer que todo nos pertenece, que se nos debe todo y que gracias a nuestra inteligencia adquirimos todo ese bien.

Sí, el sabio Agur teme olvidar a Dios, teme no dejarlo entrar más en su vida.Esta sabiduría de Agur se parece a la exhortación del apóstol Pablo: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Timoteo 6:17).

Pidámosle a Dios esa sabiduría y sobriedad, y pensemos en nuestro modelo, Jesucristo, “que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).

Fuente:LaBuenaSemilla.net

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