lunes, 13 de julio de 2009

La fragilidad de nuestras raíces

Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley del Señor está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará.
Salmo 1:1-3


Una secoya gigante de California estaba muriéndose. Se decía que era uno de los árboles más viejos de la tierra. Los expertos forestales ordenaron hacer todo lo humanamente posible para salvarlo, pero no se pusieron de acuerdo para prescribir un remedio eficaz.

Desde hacía años las raíces superficiales del árbol habían estado expuestas a toda clase de cambios climáticos y habían sido pisoteadas por numerosos turistas. Un guardabosques tuvo la idea de mandar traer toneladas de tierra y derramarlas sobre las raíces desnudas. Su experiencia le había enseñado que esas coníferas son muy sensibles a «las ofensas del hombre».

Los resultados colmaron toda esperanza. El gigante volvió a tener fuerza y salud.

Dios, nuestro Creador, también dio una gran sensibilidad a nuestra alma y a nuestro espíritu. Si no nos cuidamos, Satanás nos pisoteará por medio de sus emisarios, pues en este mundo hay muchos seres humanos que no temen a Dios ni respetan a sus semejantes. Su contacto es pernicioso, porque “las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15:33).

Si las fuentes mismas de nuestra salud moral y vida espiritual corren peligro, hundamos nuestras raíces en la Palabra de Dios.

Fuente:LaBuenaSemilla.net

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