martes, 2 de diciembre de 2008

«Es muy creyente»


Esta expresión se emplea para designar a una persona religiosa, por ejemplo una que sigue asiduamente los servicios religiosos y es activa en su congregación. Generalmente suscita el respeto de sus allegados. Pero, ¿cuál es la apreciación de Dios para tales personas?
En ese campo, más que en cualquier otro, el parecer divino es lo esencial. La Palabra de Dios nunca habla de alguien que es más o menos creyente. Uno es o no es creyente.
La Biblia hace una clara diferencia entre los que han “nacido de nuevo”, como lo explica Jesús en Juan 3:3-6, y los que no lo son.
Humanamente, si alguien no está vivo, está muerto, y viceversa. En ningún caso pueden darse las dos cosas a la vez. Hay una frontera nítida entre estos dos estados. La cuestión, pues, no es saber si soy un poco creyente o muy creyente, sino si tengo la vida divina.
Esto no se refiere a mi vida natural, porque si puedo leer estas líneas, pruebo que estoy vivo. Pero, ¿tengo la vida de Dios? Dicho de otro modo, ¿tengo fe en su Hijo? Jesús es el Hijo de Dios.
Tener al Hijo es conocer a Jesús; no sólo como el Salvador del mundo, sino como mi Salvador personal, como aquel que resolvió el problema de mis pecados, los cuales me separaban de Dios.
Mis actividades religiosas no bastan para probar la realidad de mi relación con Dios.
En cambio, si tengo esa relación, es normal que como consecuencia haya frutos, para el bien de los demás y para la gloria de Dios.

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