23 Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo.24 Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene?25 Pero si esperamos lo que todavía no tenemos, en la espera mostramos nuestra constancia.
Romanos 8:23-25
Al aceptar al Señor Jesucristo como su Salvador, experimentamos una renovación interior. Cuando nacimos de nuevo, recibimos los primeros frutos (las primicias) del Espíritu.
La nueva vida es una obra del Espíritu Santo. Somos una nueva creación (según 2 Corintios 5:17 y Gálatas 6:15), Dios nos ve vinculados de manera perfecta con Cristo y con su obra terminada.
Sólo falta que nuestro cuerpo sea liberado. Si observamos que nuestro cuerpo todavía puede estar cansado y enfermo y que todavía puede sufrir dolor, comprendemos, pues, que aún estamos ligados a la creación mediante nuestro cuerpo.
Esperamos y deseamos la redención de nuestro cuerpo, la cual ocurrirá cuando el Señor Jesús regrese para llevarnos a la casa del Padre.
Entonces Él, como Salvador, transformará el cuerpo de nuestra humillación en uno que se parece al que Él ya tiene ahora, un cuerpo glorificado (Filipenses 3:20-21).
Por eso, no nos dejemos confundir cuando alguien nos diga que si somos verdaderos creyentes nunca deberíamos estar enfermos.
La enfermedad entró en el mundo por el pecado. Es cierto que el pecado fue juzgado por Dios en Cristo, pero con eso no se han quitado todas sus consecuencias, ni en la creación ni en nuestro cuerpo.
Dios utiliza este hecho para mantener vivo nuestro deseo de entrar en la casa del Padre. Cuando todo marcha bien, desgraciadamente olvidamos con facilidad esa meta celestial.
Fuente: LaBuenaSemilla.net
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