Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo,que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico,para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos.
2 Corintios 8:9
Es imposible describir en una breve devocional la pobreza que nuestro Salvador aceptó voluntariamente. Pero queremos recordar algo:¡Qué humillación más grande para el eterno Hijo de Dios hacerse hombre!
No entró en este mundo como un adulto. El Creador del universo nació como un bebé desamparado, de una madre pobre acompañada de un padre adoptivo. Nacer así en este mundo fue una profunda humillación para el Señor de gloria. Y esto no fue todo. Él pasó los primeros treinta años de su vida en la desacreditada y pequeña ciudad de Nazaret, donde era conocido como el carpintero.
Cuando empezó su servicio oficial, nadie veía en él nada especial. Había llegado a ser como uno de nosotros, con la gran excepción de que él no tenía pecado y, por lo tanto, nunca pecó.
Él iba de lugar en lugar ayudando a todos los que le necesitaban, pero él mismo no poseía nada. ¡Era el pobre forastero, quien vino del cielo y no tenía hogar! Sus hermanos lo negaban y sus vecinos se burlaban de él. Los dirigentes religiosos del pueblo lo aborrecían.
Después de tres años, el antagonismo alcanzó su punto culminante. Lo hicieron morir. Aunque Jesús era inocente, el juez romano lo condenó a la muerte de cruz.
Finalmente, en las tres horas de tinieblas, el Dios santo también lo abandonó, porque él tomó nuestro lugar, como nuestro Sustituto, en el juicio que merecíamos.
Fuente:LaBuenaSemilla.net
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